El viernes 2 de octubre tuvimos como ponente invitado a Alfonso Dubois, quien habló sobre la pobreza y la desigualdad. A primera vista, pueden parecer conceptos sencillos y de significado universal. Podría pensarse que pobre es aquella persona que no tiene dinero y que la desigualdad es la diferencia entre las personas de una misma sociedad en cuanto a su poder adquisitivo. Son, sin embargo, definiciones válidas pero incompletas. A nivel socio-político, la identificación y descripción de un problema debería servir para diseñar soluciones.
Actualmente, el primer objetivo de desarrollo sostenible definido en el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo es el fin de la pobreza. De acuerdo con los datos aportados por la organización, en 2015 eran 736 millones de personas las que vivían con menos de 1,9 $ al día. Sin embargo, más allá de este umbral, se acepta que la pobreza es un término relativo y multidimensional puesto que una persona con los mismos recursos básicos es capaz de acceder a servicios y oportunidades distintas en función del contexto en el que se encuentre. Amartya Sen, en esta misma línea de pensamiento, considera el bienestar como criterio y afirma que una persona puede considerarse pobre cuando no puede hacer lo que tiene derecho a hacer o cuando no tiene la capacidad para avanzar y ser ella misma.
La definición de pobreza es una catalogación realizada por la sección de la sociedad que mejores condiciones de vida disfruta. Sin embargo, y con el objetivo de dar solución a esta cuestión, existen definiciones más específicas de las diversas formas en las que se manifiesta en las sociedades (pobreza infantil, pobreza energética…). No obstante, más allá de las definiciones, es el análisis de las causas de la pobreza lo que permite tomar acciones efectivas.
Por último, hemos de mencionar que la desigualdad también genera nuevas formas de pobreza al implicar la exclusión de los individuos de las esferas de decisión. De acuerdo con los datos incluidos en la pirámide de la riqueza mundial del 2019 el 10% de la población dispone del 82 % de la riqueza. La percepción de lo que se considera desigualdad en términos salariales puede variar en función del contexto socio-cultural. Por ejemplo, las empresas cooperativas aceptan una diferencia máxima entre el salario mínimo y máximo de 1 a 3. Es notorio que la influencia del sistema económico y político existente tiene un impacto directo en la potenciación de la desigualdad. Este es el caso de la Unión Europea donde la implementación del neoliberalismo en la década de los 90 favoreció el progresivo aumento de la desigualdad.
En la esfera personal, la definición de pobreza, lejos de ser una abstracción, influye en nuestros actos cotidianos. Por ejemplo, llevo más de un año saludando al hombre que pide dinero en la puerta del Eroski. Al principio le dejaba alguna moneda, pero con el paso del tiempo dejé de hacerlo. Pensé que esa no podía ser la forma de solucionar su situación. Pero, ¿quién solucionará su problema? ¿La administración? ¿La gente de a pie? ¿Él mismo? No puedo llegar a saber a ciencia cierta quién le sacará de sus dificultades. Y si me empiezo a involucrar, ¿hasta qué punto quiero dejar que la cuestión de la pobreza trastoque mi vida? Puedo darle a un pobre dos euros todos los días, pero ¿y 20? ¿Puedo darle puntualmente 200? ¿Y 2000? Me puedo privar de cosas, claro está. Me digo que no soy rica, pero tampoco soy pobre, lo que me sume en un dilema. Sé que hay gente humilde que se ha llevado a un pobre – a veces con su familia – a su casa ¿lo haría yo?
La pobreza, salvo la extrema, es un término relativo, comparativo. Así mismo, la caridad, la solidaridad y la involucración a favor del pobre también lo son. En fin, llego a casa con dos euros egoístas en mi bolsillo, me siento y leo el poema Refugio Nocturno de Bertolt Brecht. Mi confusión es total.
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