Este 25N llega enmarcado en un contexto pandémico, rodeado de una sensación de hartazgo, extrañeza e incertidumbre que, sin embargo, no debe desconectarnos de la realidad que se denuncia: las violencias machistas, racistas, LBTfóbicas y capacitistas que continúan atentando contra la vida digna de las mujeres.
La política de restricciones surgida a raíz de la crisis sanitaria ha provocado el aumento de los casos conocidos de violencia de género —de enero a septiembre, las llamadas al 016 subieron un 23,7% respecto al año anterior1— a lo que se suma la insuficiencia de recursos institucionales de atención psicológica y asesoramiento legal a las mujeres víctimas. Estas circunstancias suponen el agravamiento de unos casos que ya venían en aumento desde el pasado año; según la última Memoria de la Fiscalía General del Estado, no solo las muertes por violencia de género aumentaron en 2019 respecto al año anterior, sino también los delitos contra la libertad sexual —en tendencia ascendente en los últimos cuatro años— sin que se haya producido un aumento proporcional de las sentencias condenatorias. Además, es imprescindible recordar la realidad parcial que muestran los datos oficiales en cuanto a número de mujeres asesinadas: las cifras recogen los asesinatos perpetrados únicamente por parejas o exparejas de la víctima. Según el observatorio independiente Feminicidio.net, se han producido 80 feminicidios en lo que va de año en España, frente a los 40 que reflejan los datos oficiales.
Los mecanismos institucionales, escasos e ineficientes a la hora de abordar las causas estructurales que originan y perpetúan estas y otras violencias contra las mujeres, hacen evidente la necesidad de consolidar una ciudadanía políticamente comprometida y activa, con una sensibilidad social crítica que exija pero también construya tejido colectivo por el cambio. Como señala la antropóloga y activista decolonial Ochy Curiel, acciones como las políticas públicas de reconocimiento de la diferencia dirigidas a mujeres empobrecidas, racializadas o LTB, o los esfuerzos de la agenda feminista occidental por incluir un enfoque interseccional, resultan políticamente inocuas si se generan desde una lógica neoliberal que reconoce «diferencias» pero no cuestiona los mismos procesos de diferenciación gestados desde los sistemas de opresión racistas, capitalistas y heteronormativos.2
De ahí la necesidad de un activismo feminista diario que se articule en torno a un horizonte de sentido radicalmente combativo, que persiga no solo dar cuenta de las diversas violencias que atraviesan simultáneamente las vidas de las mujeres, sino también evidenciar la genealogía institucional de estas violencias, cómo los mismos sistemas y discursos de poder son constitutivamente violentos.
Las particulares circunstancias actuales han motivado el surgimiento de formas alternativas de colectivizar las reivindicaciones del 25N; las multitudinarias marchas se han sustituido por concentraciones y otras acciones locales al tiempo que las demandas políticas, quizás más presentes ahora en los espacios domésticos, también vestirán balcones y se compartirán por redes. Los feminismos, a pesar de todo, no se paran. Y retiemble en sus centros la tierra al sororo rugir del amor…
Autora: Beatriz Camero Bejarano
1 Boletín Estadístico Mensual Septiembre 2020 (principales datos), Ministerio de Igualdad.
2 Diálogo con Ochy Curiel, Comunidad de Estudios Decoloniales de El Salvador.
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