Una mirada feminista a la accesibilidad al agua en contextos rurales de El Salvador

por Mugarik Gabeko Ingeniaritza

miércoles 11 de septiembre de 2019

por Mugarik Gabeko Ingeniaritza

miércoles 11 de septiembre de 2019

Compartimos el siguiente artículo de nuestra compañera Eva Pérez-Pons

Mujeres y agua son dos conceptos que van de la mano; hoy en día todavía son las mujeres quienes se ocupan principalmente del trabajo reproductivo a nivel mundial. Sin embargo, la accesibilidad que tenemos para obtener el agua no es la misma si reparamos al Norte y al Sur Globales. De la misma manera, dicha accesibilidad no es la misma en las zonas rurales o en las urbanas.

Este
verano, hemos tenido la oportunidad de asistir a varias charlas y
talleres sobre agua y la brecha de género, en las cuales además de
reflexionar sobre la situación de las mujeres de las zonas rurales
en El Salvador, hemos tenido la oportunidad de (re)pensar estrategias
para hacer frente a esas situaciones. Uno de esos talleres lo ofreció
la economista feminista Julia Evelyn en la comunidad salvadoreña de
Santa Marta. En esa charla, para hacer un análisis del contexto
social, nos centramos en la parte de abajo (la que no se ve) del
iceberg: en el trabajo de los cuidados. Ya que, sin examinar eso,
cualquier análisis queda incompleto. Los trabajos de cuidado están
presentes en todas las etapas vitales (desde que nacemos hasta que
morimos). La economía feminista reivindica vivir todas esas etapas
de una manera digna. Esto es, que las necesidades fisiológicas
(respirar, alimentarse de una manera apropiada, beber agua de
calidad, tener una sexualidad segura…) y las de seguridad (un
hábitat seguro, afectividad, socialización y educación,
confianza…) estén aseguradas.

Como hemos mencionado anteriormente, las necesidades fisiológicas y de seguridad necesitan del trabajo de los cuidados. Cuidados como el autocuidado, el cuidado a personas dependientes y cuidado colectivo. Sin olvidar el cuidado a quien cuida. Para que esos cuidados se lleven a cabo de una manera adecuada, Evelyn expone que tienen que garantizarse tres condiciones: la continuidad de los ciclos naturales (ciclo del agua, oxígeno, plantas…), los recursos (tiempo, conocimiento – cómo cuidar a personas que requieren de cuidados especiales- , y la infraestructura – luz, agua…) y la ética de los cuidados (una conciencia individual y colectiva de los cuidados). Sin ellas, esto es, si el espacio donde se lleva a cabo la vida se debilita, la sostenibilidad de la vida entra en crisis.

En este artículo vamos a poner la mirada en el acceso al agua, para ver de qué manera ésta repercute en las mujeres de zona rural del Sur Global. Si examinamos el acceso al agua de El Salvador de 2017, se puede observar que hay grandes diferencias entre el ámbito rural y el urbano. El total de habitantes que tenían acceso a agua por tubería era el 88,3 %. De los cuales el 95,5 % vivía en zona urbana y 6,5 % en zona rural. En cambio, la población que se abastece por pozo fue de un 6,5 %, el 11,7 % de ellas pertenecían al ámbito rural y el 2,9 % al urbano. De todas formas, eso no garantiza la calidad del agua potable. Debido a la mala gestión y las leyes que tiene el estado salvadoreño sobre el agua, el bien queda en manos de empresas privadas y no se trata. Hoy en día, el 90 % del agua está contaminada, y a lo que se refiere al tratamiento, en 2017 sólo el 12,8 % de la población la trataba de alguna manera (cocer el agua, pasarla por un filtro, clorarla…), de ese porcentaje, el 11,3 % vivía en zona urbana y el 15,5 % en zona rural. El 70,3 % de la población no le hacía ningún tipo de tratamiento (64,7 % es de zona rural y 88,4 % de zona urbana), y el 16,9 % de la población compraba agua embotellada, de las cuales el 4,1 % era de zona rural y el 24 % de zona urbana (DYGESTIC, 2017). A esos problemas hay que sumarle el estrés climático que han provocado la deforestación y el cambio climático.

La
falta de agua tiene consecuencias directas en el día a día y en las
vidas de las mujeres, pues son éstas quienes se encargan de los
trabajos reproductivos, y en consecuencia, quienes se encargan de
acarrear el agua. Porque el agua es necesaria para todo: para hacer
la colada, lavar los platos, preparar la comida, limpiar la casa y
asearse, beber… Si no hay una infraestructura que asegure el acceso
al agua, son las mujeres y las niñas quienes se encargan de traer el
agua del río o del pozo, eso o llevar los trabajos domésticos a las
fuentes naturales. Todo eso tiene consecuencias en la salud,
educación, y en la participación en espacios colectivos de las
mujeres, así como en su seguridad. Al mismo tiempo, como son ellas
quienes sufren las consecuencias de la falta de agua, cuando la
privatización del agua amenaza, son ellas quienes lideran las
luchas.

Para
hacer frente a esa situación, se ha empezado a instalar sistemas de
bombeo aislado por energía solar en las comunidades. Es curioso ver
cómo los hombres empiezan a involucrarse en la obtención del agua
cuando se pone una infraestructura, pero cuando las fórmulas de
obtenerla son precarias todo el peso recae en las mujeres.

Por otra parte, los sistemas aislados necesitan de una buena gestión después de haber sido instaladas para que puedan sobrevivir; esto es, la comunidad tiene que ser capaz de hacer frente a los problemas que pueda traer el sistema. Es por eso que es importante implicar a la población en el proceso, y que entienda el funcionamiento entero del sistema. Estos sistemas están hechos para mejorar la vida de la gente, para hacer frente a las necesidades del hogar. Si el agua se utiliza para alimentar animales, regar campos, limpiar vehículos…. Los sistemas no pueden abastecer a toda la comunidad porque el agua es un recurso limitado, y el sistema también. Para esas actividades hay que poner en marcha alternativas como recoger el agua de lluvia o reciclar la que se ha usado.

Al
comienzo de este texto, se ha mencionado que una de las
reivindicaciones de la economía feminista es vivir todas las etapas
de la vida con dignidad. Los sistemas aislados facilitan las
condiciones que se necesitan para que se cubran las necesidades
fisiológicas y de seguridad, pero con la simple instalación del
sistema no es suficiente. Las mujeres son conscientes del esfuerzo
que hacen diariamente, y las consecuencias que conlleva sobre ellas.
Para hacer frente a la situación, es necesario implicar a los
hombres en procesos de concienciación y en tareas de cuidados, ya
que, de lo contrario, la carga de trabajo de las mujeres se puede
duplicar, y en el peor de los casos hasta triplicar.

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